La campana mágica
Dice Rafael Argullol en Expansión Fuera de Serie (18 de mayo):
"percibo en la sociedad actual una gran apatía,
una falta de pasión,
un deseo de rentabilidad inmediata
y una abrumadora presencia de fast food espiritual"
No puedo estar más deacuerdo con esta afirmación y que conste que no me considero ejemplo de nada ni de nadie. Sin embargo, me preocupa desde hace un tiempo el acartonamiento que se percibe en la gente más joven, en las generaciones que tradicionalmente deberían ser rebeldes por excelencia. Hace tiempo que dejé de creer en la teoría de un suprapoder conspirador que dá pildoritas de felicidad para que no pensemos en otra cosa, ya no creo en conspiraciones ni en mundos felices. Creo que esto es lo que queremos; una sociedad cómoda, segura y una existencia lujosa a ser posible realizando el mínimo esfuerzo. Esto no deja de ser en parte lógico ¿quién no se apuntaría?. Estas aspiraciones no son la causa de mi preocupación, que vá, lo que me inquieta son las concesiones que uno está dispuesto a hacer (o no hacer) a cambio de conseguir determinado estado/status.
En todo este vapor amnestésico de placer inmediato las necesidades del espíritu se calman con remedios rápidos: manuales de autoyuda, cursos on line de desarrollo personal "mejore su vida en 15 horas", maratones de solidaridad, camapañas televisivas de apadrinamiento, manifestaciones únicas sin movimiento posterior... Que nadie se sienta herido, no dudo sino que respeto las intenciones que movilizan estos hechos pero desde mi experiencia en el mundo de "lo social" percibo que cada vez somos más débiles y frágiles porque apoyamos las esperanzas de nuestra felicidad e identidad personal en elementos efímeros que aparecen y desaparecen sin otorgarnos control alguno sobre ellos y eso no deja de ser al menos, un poquito triste.
"percibo en la sociedad actual una gran apatía,
una falta de pasión,
un deseo de rentabilidad inmediata
y una abrumadora presencia de fast food espiritual"
No puedo estar más deacuerdo con esta afirmación y que conste que no me considero ejemplo de nada ni de nadie. Sin embargo, me preocupa desde hace un tiempo el acartonamiento que se percibe en la gente más joven, en las generaciones que tradicionalmente deberían ser rebeldes por excelencia. Hace tiempo que dejé de creer en la teoría de un suprapoder conspirador que dá pildoritas de felicidad para que no pensemos en otra cosa, ya no creo en conspiraciones ni en mundos felices. Creo que esto es lo que queremos; una sociedad cómoda, segura y una existencia lujosa a ser posible realizando el mínimo esfuerzo. Esto no deja de ser en parte lógico ¿quién no se apuntaría?. Estas aspiraciones no son la causa de mi preocupación, que vá, lo que me inquieta son las concesiones que uno está dispuesto a hacer (o no hacer) a cambio de conseguir determinado estado/status.
En todo este vapor amnestésico de placer inmediato las necesidades del espíritu se calman con remedios rápidos: manuales de autoyuda, cursos on line de desarrollo personal "mejore su vida en 15 horas", maratones de solidaridad, camapañas televisivas de apadrinamiento, manifestaciones únicas sin movimiento posterior... Que nadie se sienta herido, no dudo sino que respeto las intenciones que movilizan estos hechos pero desde mi experiencia en el mundo de "lo social" percibo que cada vez somos más débiles y frágiles porque apoyamos las esperanzas de nuestra felicidad e identidad personal en elementos efímeros que aparecen y desaparecen sin otorgarnos control alguno sobre ellos y eso no deja de ser al menos, un poquito triste.
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