Una de las sesiones del Master en Mediación en la que más disfruté fue la dedicada a la mediación en la empresa familiar. Mientras escuchaba al ponente, recordaba algo que siempre he oído a mi padre: “no se deben mezclar trabajo y familia, siempre sale mal”.
Más o menos acostumbrada a lidiar en conflictos familiares entiendo el contenido subyacente a sus palabras. Las emociones, los sentimientos, las lealtades, las deudas más allá de lo económico, quiero decir, todo aquello que no pertenece al bolsillo pero que se disfraza de billete para llenarse de legitimidad, dificulta una resolución concreta de los conflictos. La parte más difícil de gestionar es aquella que difícilmente se puede cifrar.
Cuando la familia (emoción), la dirección (poder) y el patrimonio (capital) juegan a entenderse deben poner todos de su parte para marcar bien las reglas, las acciones y las “sanciones” (pérdidas que se dejan arrastrar por el camino del éxito).
El protocolo familiar puede ser un instrumento ideal si contempla bien todos esos aspectos y si constituye más que una fotografía, una radiografía de la empresa.
La mediación será, sin duda, un instrumento ideal para transformar los conflictos dados en estos contextos puesto que tendrá en cuenta las distintas esferas en acción y hará presente el componente no tangible de la emoción y la relación, elementos definitivos en la resolución final del problema.
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