Un jizo por un niño perdido
Indagando en blogs sobre Japón encontré uno francés repleto de fotos magníficas y comentarios que estimulan mis ganas (aun más?) de conocer aquel país. Uno de los post contemplaba esta foto de la que "me apropio" para acompañar mis pensamientos sobre lo que allí se decía.
El templo Zojoji en Tokyo se dedica a la memoria de aquellos niños que no tuvieron derecho a sepultura bien por morir dentro de la madre o bien por nacer ya muertos. Estas pequeñas estuillas jizo se adornan de colores, con gorros, flores y molinillos de viento por todo lo que no terminó con la muerte del bebé: los sueños, los ratos dedicados a ellos, los sentimientos creados incluso antes de nacer, los nombres que ya no se pondrán.
No deja de asombrarme que detrás de esas caras casi marcianas de ojos excéntricos se encuentre una cultura tan inmensamente sensible con costumbres que estremecen la parte más escondida del dolor, aquel que nace y muere en la posibilidad de ser sentido y que es común a todos los mortales: el miedo a la futilidad arbitraria de la existencia.
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